El misterio de la ciudad submarina by Ulises Cabal

El misterio de la ciudad submarina by Ulises Cabal

autor:Ulises Cabal [Cabal, Ulises]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Infantil
editor: ePubLibre
publicado: 1991-01-14T16:00:00+00:00


10. El tesoro submarino

LA primera impresión que tuvo Ulises Cabal fue la que se experimenta, viajando en avión, cuando éste va a aterrizar de noche en una pequeña ciudad. En medio de la oscuridad surgen las luces de la pista, de la torre de control, del aeropuerto mismo. Luces que aumentan de tamaño conforme se acerca uno a tierra.

Pero allí no había tierra, sino agua por todos lados. Y pensar que aquellas luces se encontraban en el líquido elemento hacía aún más fascinante la visión de aquel extraño conjunto.

La zona central estaba ocupada por una especie de batiscafo esférico del que salían unos brazos articulados que le hacían asemejarse a un gigantesco pulpo. Sus ojos-ventanas eran claraboyas resplandecientes, y en la parte superior tenían una protuberancia con aspecto de antena sideral.

Rodeando el batiscafo, había unas balizas de señalización, que marcaban el área por donde se movían los hombres-buzos-ranas.

Ulises se fijó en que cada una de estas balizas llevaba una letra. Al principio le parecieron letras cualesquiera, de localización del instrumental. Pero luego, cuando contó las balizas y vio que eran nueve, ni una más ni una menos, sospechó que juntando las letras habría de salir la palabra misteriosa. Y salió: AMEGADAME.

Ahora él mismo era un atlante. Todavía no se daba bien cuenta de cómo se había metido en aquel batiburrillo. Como tampoco podía calibrar las posibilidades que tenía de salir airoso de la prueba. Pero bien es verdad que no era momento para lamentaciones.

Se dejó llevar por sus anónimos compañeros para ir descubriendo los entresijos de aquellas profundidades.

Porque no todo era cristal y metal, ciencia y futuro. Lo más importante de aquel lugar era, tal vez, el pasado. Las señales que circundaban la zona de trabajo estaban delimitando lo que podían ser los restos de una antigua ciudad.

Allí se veían los pilares, algunas de las paredes, lo que quedaba de las habitaciones; incluso algún tejado milagrosamente conservado con el paso del tiempo.

Fijándose uno bien, aquello parecía el recuerdo de un inmenso edificio, tal vez de un templo rodeado por unas cuantas casas.

«¿El templo de Hércules?», se preguntó Ulises, mientras aleteaba para no llamar la atención.

Como descubrimiento arqueológico podía tener un incalculable valor. Pero ¿era en realidad la arqueología lo que interesaba a los atlantes-gañafotes? La verdad es que Ulises no se imaginaba al hombre de la capa pescando piedras, por muy antiguas que fueran.

—Habati, nataka kwenda, twende!

Ulises oyó las palabras a través de unos diminutos altavoces situados en la escafandra.

El que le hablaba le estaba dando unos golpecitos en el hombro, y al ver que Ulises no reaccionaba, repitió la parrafada:

—Habati, nataka kwenda, twende!

¿Qué podía hacer si no comprendía ni jota? Ulises se encogió de hombros. El otro se enfadó un poco y con gesto enérgico le apretó uno de los botones de la pechera. Entonces Ulises comprendió inmediatamente lo que le decía:

—¿Qué haces? ¡Sígueme ahora mismo!

Ulises obedeció, al tiempo que se decía que aquel invento era formidable. Al oprimir el botón, el submarinista había convertido el traje de inmersión en una especie de diccionario.



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